¡ Bailen, bailen malditos !

Sobre la acción de Speedates (escucha en movimiento) de Radio Cava-ret
Por Candelaria Estrada


“...I'm tired of losing!” (Gloria in They Shoot Horses, don’t they?)


Un día en el colegio, cuando tenía 12 años hubo una reunión de padres y profesores después de las clases. No se porqué ese día me quedé sola con mi compañera de curso, Elena, y su hermano menor, teníamos todo el patio del colegio para jugar sin el control de nuestros padres. Elena me comenzó a mostrar un juego: consistía en tumbarte en el suelo como en una competencia de sumo. No quise jugar porque sabía que Elena a veces tenía mal carácter y podía ser muy brusca, yo en ese tiempo era una espiga y ella era para mí un mastodonte. Al final, aburrida, me puse a jugar, y no sé cómo, tenía por un momento a Elena en el suelo. Cuando me sentía victoriosa perdí el equilibrio, caí en el suelo boca arriba y Elena se incorporó para tomarme de las muñecas y pedir a su hermano que tomara fuerte mis pies. Me resistí como una loca y ella me subió la falda. Para mi tranquilidad yo tenía varias protecciones contra maleantes (por esa época los niños te podían levantar la falda): una combinación, un chicle (pantalón corto) y finalmente, los cucos. Elena no se detuvo ahí y me bajó los pantalones, sentí un dolor profundo en el corazón que todavía me inunda. Luego siguió con mis bragas y no contenta dejó todo mi sexo expuesto para que ella y su hermano lo vieran. Elena reía como una hiena. Su hermano menor apartaba la vista mientras me sostenía los tobillos.

Creo que no hay un sentimiento más ajeno y más destrozador que perder la vergüenza frente a otro. Al día siguiente Elena y yo estábamos en medio de la clase y de un grupo de niños blandiéndonos a puños… Vi como en su cara aparecía mi recuerdo vergonzoso, mi secreto, con una sonrisa cínica, antes de que cantara mi secreto, me abalancé sobre ella para taparle la boca y dejarla sin aliento, no quería que nadie más supiera mi secreto. Con el tiempo a Elena se lo olvidó, tanto que un día ya amigas, en medio de una fiesta intenté recordárselo y me abrió los ojos como dos platos. Lo había olvidado. Mi forma de liberarme, fue decirlo a viva voz, lograr que me escuchara. Para ella fue violento, era algo que no recordaba, que había sido en la infancia y que yo la obligaba a escuchar.

Nadie quiere ser obligado a escuchar, sobre todo las mujeres. ¿Cómo escuchar?

“Speedates (Escucha en movimiento)” es uno de los dispositivo que llevamos a poner a prueba con público en una de las emisiones de Radio Cava-ret en 2018, coreografiado por nuestra compañera Vanilla Champagne, que con un juego de relaciones matemáticas, propone una acción encadenada de 20 y 30 personas, cuya condición no usar la palabra articulada, que además escuchan por auriculares nuestras grabaciones del consultorio, pero también representan con gestos lo escuchado, al otro escuchando, su misma respiración y así, en una cadena donde los participantes pasan por varias mesas numeradas con instrucciones en mano y donde en cada cambio alguno de los jugadores es el centro de atención y reproduce, sin hablar, o bien sea un audio del Consultorio sentimental o bien sea algo que observó en la mesa anterior de alguien que gesticuló.

Hay varios tipos de vergüenzas que provocó esta acción según el público: la de errar y ser visto equivocándose, la de seguir instrucciones sin tener como escapar, la de estar obligados a escuchar.


El espacio de la representación de la voz y del cuerpo, sea ese espacio la radio expandida, actúa como un impasse en nuestra realidad (o nuestra teatralidad) cotidiana, que coexiste en una tensión entre vencer la vergüenza o perder ante ella. Para cierto estado del público puede ser muy severa una instrucción (o invitación, para ser un 'artista bondadoso') como ‘representar’ en términos de la mímesis a otro mientras escucha, como propone alguna de las instrucciones de Speedates, porque dispone de alguna manera la posibilidad de desnudar al otro con la mirada

Y digo estado del público, pensando en estados del cuerpo y del ánimo, porque no estamos siempre como espectadores dispuestos a lidiar con nuestras propias vergüenzas. Depende del espacio, del tiempo, incluso de lo que comiste, de lo que aceptaste (te tragaste) ese día en el trabajo. Porque ese es otro material que se pone en juego Speedates: cómo la instrucción verbal, el imperativo, por suave que parezca, nos revela una condición moderna, en la que todo el tiempo oscilamos entre una sociedad disciplinada y la promesa de ciertas formas de emancipación, que esperamos aparezcan, aunque sea vagamente en espacios concedidos al arte, que se suponen, supuestamente, menos disciplinados. El arte no es experimentar la libertad, más bien es sentir como nuestra libertad depende de nuestras relaciones de manera fatal. Al final de todo, en la repetición de la respiración, aparece el goce colectivo, cuando todas estas tensiones desaparecen o se simplifican con la complicidad de haber atravasado todos los estados de la vergüenza.

Celebro ‘Speedates’ porque es un espacio para el despertar de nuestras propias vergüenzas. Podría seguir intentando fijar algunas de los tantos puntos de fuga que nos enseñó el acto de ensayar Speedates en colectivo, pero sería más justo decir que en su origen no tenía ningún otro objetivo más que ser un dispositivo de relación para escuchar el archivo del Consultorio sentimental de la Señorita B, 'de otra manera': creando tensiones entre cuerpos, disposiciones al juego a veces fallidas. 

Café de las Voces, 2018: Barcelona. Fotos: Jennny Arévalo
Obert, 2018. (abajo) Barcelona. Fotos: Hamid





















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