Blancuzca, empapelada y manchada

Hace un año, por invitación de Inês Outra Vez y su colectivo feminista, además abrazador, saqué a la calle la maleta, la microfonofílica, la granada, la bocina, los pasaportes, el colorete (labial) y las ganas de probar a hacer imágenes con lo que llevara en una maleta y jugar con la percepción del que me mira, una deformance, citando a Marilyn Monroy.

El público participaba de las imágenes si quería, la mayoría eran mujeres porque era una convocatoria al 25N. Como en la mitad de la acción pregunté: "¿La pinta la niña la Santa María?", ofreciendo un labial. Una mujer se acercó cuando la miré a los ojos.

No dudo dos veces en tomarme la cara para pintarme en las mejillas y decirme en voz baja: "lo que hicieron allí fue un genocidio", al tiempo sentí la violencia de la marca resuelta, la marca de dos líneas paralelas, ese cliché de lo indio. Sentí cómo disfrutaba mientras me decía lo mucho que lo lamentaba. Esta pintada, aquí metafórica, ya la he sentido en carne propia, y eso que soy blancuzca y empapelada.

Esa mentira, ese espejo, me hace pensar en la palabra que no vale, en la palabra contra el gesto, contra el sentimiento, contra una dimensión plural del pensamiento. Ese sigue siendo el golpe, el golpe que duele más, el de la mujer que acalla a la mujer, que usa la palabra contra el gesto, por seguir conciliando con las formas de dominación.

Las imágenes (coloniales) que quiso reproducir y reafirmar esta mujer en mi cuerpo en la plaza, espero haberlas pervertido al final de la deformance, con esta que ofrezco a continuación.

28/11/2018 en Reus

Nota: Pienso y siento hoy en esas mujeres que tienen voz y plataformas en Bolivia, una semana después que hicieran un golpe de Estado y entrara un grupo de evangélicos que quemara una wiphala y se proclamara una presidenta con biblia en mano. A ellas las que antes de hablar de sistemas de explotación global y dominación global, prefieran hablar de Evo como macho y machista, las pienso porque también duelen.