Carta robada


Bogotá, 21 de agosto de 2011

Querido Federico G.L : Hace ya muchos meses que debí haberte escrito. No sé sí recibiste, hace ya hace un tiempo, una carta por medio de mi profesor de Teatro de animación Felisberto, un escrito que entre otras cosas comparaba tus obras de teatro de animación (Doña Rosita) con algunos eventos de mi infancia. Resulta que años más tarde descubría ante la poca gracia de una institución museística, el alcance de un títere de mano nacido con motivo de una exposición de textiles del Antiguo Perú. Don Totora era su nombre, cantaba su historia secular al público de esta ciudad creando así un discurso vivo, mientras una cabeza cortada todo el tiempo refutaba sus verdades, siempre en juego con la memoria ancestral y la maravillosa y nefasta percepción de los pequeños. Un hallazgo que en cierta medida, te debo.

Me era difícil romper ese silencioso velo que la ausencia levanta entre las personas, donde el recuerdo hace perfectas las lecturas a media noche y conversaciones de bus. Creí que estabas molesto, porque a pesar de los logros en la docencia hace varios meses que el duende no viene a luchar conmigo, que la musa no canta en mi oído y el ángel ha pasado a otro plano por fuera de mi pequeña esfera cada vez más estrecha. Y es tú culpa, y es la mía, por mi ausencia en la lectura y desespero ante el tiempo.

Estoy en una edad de duda, dirás, dónde cada vez menos cosas se resuelven, así mismo le decías a Jorge Zalamea a principios del siglo pasado. Soy tu admiradora y todavía más, tu cómplice, que quede claro que he tratado tu pasión, y que así he transitado en el amor, en el arte y en el recelo de la vida; tú, poeta en NY, yo plástica en Sao Paulo, me he perdido en los confines de la sangre de cemento y de los grandes rascacielos, sólo para odiar y amar una y dos grandes ciudades a la vez para luego desplomarme ante mi fatídica soledad y huir sin nombre, sin palabra y sin estado a mi tierra natal. No hay culpas. Y así, construyendo y derrumbando desde ese estado de decepción, aprendido además de la continuidad de tu estado poético, he podido navegar en un territorio propio y más que posible. Otro tanto además que te agradezco. Ya en Bogotá invertí de tu mano en ese estado, con ayuda de mi familia y de amigos he construido un espacio plástico y sin embargo, aunque suene a reproche, cuando ya me has visto retoñar y crecer, desapareces de repente a la musa y me arrebatas el ángel en un naufragio amazónico. ¿Quién sino tú escritor de la teoría del duende tienes el poder de arrebatar y conceder la palabra y la obra? Como has dicho, “el mundo es una espalda de carne oscura” ahora lo tengo más presente, es una certidumbre en mi frente pero nunca en mi corazón.

Insisto en una rehabilitación de los lazos, en recapitular el encuentro, en comenzar de nuevo.

Ante la duda has dicho: ya lánzate y comienza de nuevo. Y qué difícil, porque se vuelve inútil sino tienes con quién lanzarte al vacío, digo, ahí está el colectivo, el fracaso en grupo, el sentido de la transformación. Lanzarse al vacío en grupo, en un juego, claramente, como esos que antes le proponías a mi cuerpo dócil. Se te ha olvidado jugar conmigo, y no te juzgo, cuando los niños se hacen grandes decía mi padre, se apagan de momento, pierden ese brillo que los hacía especiales. Sino quieres volver a jugar conmigo porque perdí el brillo dímelo entonces, no volveré al balcón y me quedaré del otro lado del puente. Puedo imaginarte del otro lado sin consuelo y en el centro un oficial con el fusil, esperando.

El fusil soy yo ahora, jamás el que dispara, pero tú insistes en no verme y en irte por largas temporadas y ante tal actitud me ataca una falta de claridad. Igual, no quiero de ninguna manera que me asistas, sólo estoy tratando de deducir cuál es el por qué de tu ausencia y bueno, tampoco espero una respuesta. Es decir, me apena que por mi falta de disciplina me estés jugando una mala pasada y que sea con esta carta que además te arrepientas definitivamente de haberme acompañado alguna vez. Llegará el día en que nos encontremos de nuevo en el viaje y armemos pilares para sostenernos con un dedo, jugáremos a vernos de espaldas, tal vez correremos el riesgo de hacernos espada contra el fusil. Te prometo visitarte en la biblioteca o en Granada, pero no olvides escribirme así sea una adiós.
Te debe un dibujo,

Violeta

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