Sentido digestivo despierto o el papel del estómago en un arte vivo

Bogotá, 14 de enero de 2013

(texto no publicado en Principios para la destrucción de un agujero negro, Leonato Povis, 2014, trabajo de grado de la MITAV).


La primera "acción" que recuerdo haber hecho en las tablas de la maestría fue la de escupir. La llamo acción porque no intervenían las palabras. Puede ser un gesto, si así lo prefiere el lector. Montamos una mesa alargada rodeada de sillas, me senté en un extremo, puse un embudo pequeño en mi boca y pedí a José Ricardo que lo llenara de leche hasta que rebosara. 

Luego con la leche todavía en la boca miraba con los ojos lagrimeando a todos, un segundo antes de abrir la boca y esparcir la leche con un soplido fuerte, lo suficientemente abierto y desparramado como para que los comensales sintieran una llovizna en sus pelos y caras, y no se retiraran del resto de las acciones con un escupitajo directo a la cara. Esa acción pudo haber provocado el odio de mis compañeros, pero la presencia del embudo en mi boca y el sollozo de mis ojos, produjo una reacción confusa, entre la rabia, la sorpresa, el susto y la ternura - afortunadamente antes de escupirles había compartido un texto en voz alta, en una sesión de lectura que esperaba recordaran -.

El semestre pasado en una clase de video e instalación con José Alejandro Restrepo hablamos de los sentidos y recordé esa mesa. José Alejandro nombró el sentido de la digestión, entre otros sentidos, como posibilidades de experimentación más allá de los cinco sentidos, digamos, oficiales. Me alegró saber que alguien más compartía que las sensaciones que producía el sistema digestivo, más allá del gusto, podían ser también un sentido olvidado y vital para restaurar una comunicación con el cuerpo, incluso con la raíz, con la memoria del cuerpo de la infancia. 

Hice una ayuno voluntario de un día para volver a escuchar mi estómago y para intentar registrar el sonido de mis entrañas cuando tenemos hambre. No duré más de un día, lo suficiente como para que el estómago dictara algunos tiempos y recuerdos que ahora solo puedo describir. Los tiempos o momentos más evidentes de la digestión están marcados por la sensación de hambre y de llenura, pero también por todo lo que está en el medio y que es apenas perceptible, generado por los intersticios de tiempo que van de la boca al ano y que pueden ser registrados en una cámara anecoica, como la de John Cage, donde fue registrado (y sentido) el sonido que produce la circulación sanguínea. 

El objetivo del ayuno era realizar un ejercicio de escritura durante los meses siguientes. La idea era despertar todo eso que está allá adentro y que cuesta cargar sin hacerle frente. De tan personal que es todo eso, más fácil ponerlo a flote y saberlo dejar reposar para tenerlo a un lado y saber continuar. Eso digestivo que no se puede ver ni escuchar todo el tiempo, como el propio sistema, nuevamente, tracto digestivo que no se precibe (y menos mal... porque debe ser espantoso). Eso que mató a una de mis abuelas, que murió por un problema en el estómago. Eso que terminó de "enamorar" a mi papá de mi mamá. Eso que algún día casi me despide de este mundo. Eso recogido en cuatro recuerdos escritos por mi propio estómago:


I
"Me pongo boca abajo sobre una camilla en cuarto de atrás de la droguería de Doña Georgina. Me pide que me baje un poco mi pantalón (chicle) para exhibir mi nalga derecha. Ahogo un grito cuando introduce en mi cuerpo una jeringa con un líquido que me regresará al día siguiente un sentido que tengo ahogado: el hambre".

II
"Un plato de comida frente a mis ojos es un paisaje inabarcable. Las lentejas, el arroz, la carne y las verduras son paisajes extensos que no logro abarcar. Paso horas delante del plato sentada en una silla sin poder moverme. Cada grano de arroz es como una piedra en mi garganta. La extensión del plato es del tamaño del parque donde no puedo ir a jugar porque no he acabado de devorarlo. Cada hora es como una piedra que surca mi garganta. Nunca acaba."

III
"El mismo plato de ayer. Pero ahora somos una mesa de cuatro y una monitora sentada esperando al lado, una joven que no tiene permitido meternos la cuchara en la boca. Cada uno al frente de su paisaje infinito por andar. El plato tiene ahora el tamaño del comedor vacío y el patio del colegio."

IV
"Tengo cerca de once años. El plato de comida desaparece tres veces más rápido que el anterior. Se ha acabado el martirio. Mi estómago suena al otro día pidiéndome otro plato."


Mi madre dijo que nací sin hambre. Que al año de nacer descubrieron que mi estómago se había cerrado por la boca. A este diagnóstico le siguieron más de cinco años de tratamientos para abrir la boca del estómago, noches en vela y conflictos con diferentes médicos que no encontraban salidas al asunto. Mis papás comenzaron un tratamiento con Doña Georgina, una enfermera del barrio de Santa Isabel en Bogotá, que yo asociaba con una gran jeringa. 

Después de ese tratamiento no le tengo miedo a las jeringas, aprendí que eran mis amigas, que las jeringas y yo éramos parte de lo mismo, de mi palidez de plato y de mi estómago cerrado. Palidez del cielo del medio día que se hacía la tarde con el plato en frente. Las enfermeras desde entonces reconocen mi actitud estoica frente a las agujas cuando me voy a hacer un análisis de sangre. Me agradecen. 

Escribir recuerdos de ese tránsito necesario del despertar de mi estómago en mi infancia es un motor para seguir recibiendo la vida con goce. Celebré luego ese despertar con un ejercicio colectivo, una invitación esta vez propuesta por Leonel Vásquez para grabar muestras de sonido con lo mínimo, el ejercicio proponía grabar la mayor cantidad de sonidos con la manipulación de una hoja de papel. Nos metimos al estudio (el cuarto de Nathaly Rubio) con cuatro compañeros más, cada uno con una hoja de papel y una grabadora zoom en el centro. 

Después, cuando lo escuché grabado, pensé inmediatamente en esos tiempos pequeñitos del sentido de digerir que había estado buscando para escribir, que como el papel rasgado y manipulado, son pequeños momentos de celebración de la vida, y por qué no material de un arte vivo*, más allá de mi ombligo o del sonido de mis tripas que resuena por un papel.

No lo sé todavía, imagino que este deseo de llevar más allá de esa digestión solo se podría hacerse creando un espacio colectivo, como el del estudio de la casa de Nataly. Algo más allá del privilegio de compartir este silencio anecoico bogotano, nacido de la voluntad propia y no impuesta del hambre de comer papel, de machacarlo y hacer ruidos entre varias. 

De todas maneras, a nivel político siento que solo el sentido de la digestión podría ser el motor para conectar, empatizar, resentir y articular afectos con las vidas más vulnerables, como lo ha hecho el hambre, o incluso, con nuestra propia vulnerabilidad, con el valor artístico y cultural del hambre no solo me refiero a la comida o al comer, si no a todo lo que opaca estas naturalezas muertas, estas representaciones incluso del mismo hambre que esconden el hambre o lo hacen espectáculo. 

Quizás el director de cine Jan Svankmajer sea uno de los que más ha explorado este sentido, como organizador de la una sociedad moderna, que devora o se devora a sí misma en un frenesí opuesto a los ciclos de la vida, al tiempo de maduración de la fruta y a la distancia con sus propios desperdicios. 

Solo haber sentido hambre y celebrar ese ruidito que hacen las tripas, para luego poder llenarlo, puede volver a configurar un sentido colectivo de equidad, para no hablar de igualdad, una palabra que como la libertad, sigue siendo devorada por la política de los que están más arriba y que apenas pueden sentir el rumor vacío de sus propias tripas llenas. Mucho menos el ruido del desperdicio que dejan. 

Ante este panorama que se nos escapa, ante este des-concierto, cierro masticando unas palabras de Orlando Fals Borda: "el hambre también es de abrazos", para retomar esa acción que quedó abierta con leche en el pelo de mis compañeros y que buscaba, si hubiese otra oportunidad, y tras masticar estos recuerdos, abrirse al lenguaje secreto de los abrazos, que alimenta tanto.

 
*Los sonidos del experimento con papel estarán muy pronto disponibles en https://freesound.org/ con las etiquetas papel y estómago.

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