Memorias del museo: "Esto no es un aerolito"



Historia natural:

La visita al Museo Nacional de Colombia comienza casi siempre con un objeto emblemático: un aerolito de más de 400 kg de peso encontrado por una niña cerca de Santa Rosa de Viterbo y luego coleccionado como la primera pieza del antes llamado Museo de Historia Natural. Un objeto único que parece partir el edificio en pedazos: aquí de un lado la naturaleza y allá, en partes, la historia. Para los niños y los adultos es una gran sorpresa saber que el objeto es "real"(¿es de verdad? ¿es una copia? ¿es un meteorito? ¿es el original?). El paso por este objeto significa la primera prueba de fe en el discurso del guía, o quizá todo lo contrario: el umbral a la ilusión de la historia, las verdades científicas y el arte de una nación suspendida en el aire.

Un día me topé con las mismas preguntas. Esta vez con un grupo de niños de la periferia de Bogotá. Antes de afirmar la validez de aerolito, les pregunté por qué creían que no era real, un niño me respondió rápidamente y sin dudarlo que no podía ser sino una buena réplica del verdadero hecha en otra material. ¡Es una copia! ¿Hecha en qué material? Metal y... plástico. ¿Y el metal es artificial? Sí... ¿Y este objeto es artificial? Síííí, respondieron en coro. Bueno, ¿y dónde creen que está el verdadero? En Europa, respondió otro. La respuesta partía, quizá, de un supuesto todavía más sorprendente: el aerolito no es el verdadero porque está en un museo de Colombia, y Colombia es el país donde todo es replicable. O un supuesto todavía más 'antiguo': en los museos las cosas son réplicas de ideas como en la caverna de Platón. El niño empezaba a tener toda la razón: cada objeto hoy es reproducible como una alcancía de plástico, un juguete, una foto y quizá los museos sean la copia de una idea de la que ni él ni yo llegaremos a conocer sino a través de su copia. Temeroso de perder el criterio de autoridad frente a los pequeños, la única razón que podía dar fe de que era un aerolito y, además, que le daba razón a mi estar ahí, de guía, contra el mundo, era que todos lo tocaran. ¡Tóquenlo! Todas su manitos se abalanzaron al objeto, y entonces les dije: "Así de frío es el universo". Los niños se estremecieron con un gran ¡ahh!, y seguido, ya recuperado todo mi aliento, les pedí que intentaran levantarlo para comprobar su peso. Los veinte niños se abalanzaron para sostenerlo en brazos y despegaron con el objeto atravesando las claraboyas de los tres pisos del panóptico.

Leonato Povis

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